jueves, 15 de marzo de 2012

ARJEN ROBBEN, SUEÑOS DE CRISTAL



La memoria nos transporta al verano de 2010. Una tarde-noche calurosa de Julio con el pulso acelerado y la respiración entrecortada. Partido espeso, tosco, en el estadio Soccer City de Johannesburgo entre España y Holanda. El equipo Oranje, que buscaba su primer título Mundial en la tercera final que disputaban en su historia, se presentó hermético y compacto, confiando en que sus dos mejores hombres hicieran conexión. Ocurrió varias veces. En la más peligrosa, Senijder filtró un pase envenenado a la espalda de Piqué. Robben olió el miedo del enemigo y aceleró, diabólico, dejando atrás a Puyol en una de las carreras más memorables del fútbol moderno. El eléctrico holandés se plantó ante Casillas y le cruzó el balón en un golpeo que iba camino de redimir a la Naranja Mecánica de los 70'. Sin embargo, el portero español alargó el pie y desvió, con la punta de los tacos, el balón a córner.
Esos 3 segundos, un tiempo que parece casi impreceptible, se convirtieron en una eternidad que paralizó a dos países enteros.

Arjen Robben arrasó sin piedad los campos de la Eredivise de la mano de Hiddink y su gran PSV, capaz de plantar cara al monopolio del Ajax a principios de siglo. La trayectoria de este habilidoso y eléctrico extremo siempre ha compartido el éxtasis de grandes actuaciones y la tristeza de verle marchar, alicaído y con la mano sobre el foco del dolor, del terreno de juego en camilla. Fantasía con músculos y articulaciones vulnerables, como talladas en delicado cristal. Los títulos de liga que consiguió con Chelsea, Real Madrid y Bayern han llevado el sello inconfundible del mejor nivel del tulipán.

Un cuchillo afilado para la defensa rival. Capaz de cabalgar cerca de la línea de cal con el balón cosido al pie o de acerarse al centro, al calor de la sala de máquinas, para asociarse en corto y buscar un nuevo espacio donde hacer daño. Arrancar desde el flanco derecho del ataque y sortear rivales y golpear, certero, a la escuadra contraria, lejos del alcance del portero. La eterna maniobra de Robben, conocida por todos pero inevitable.

En las recta final de cada temporada, Robben siempre aparece. Quieren frenarle, pero no pueden. Intentan alejarle de las zonas de peligro, pero ya es demasiado tarde.
Este año, la final de la Liga de Campeones se disputa en el Allianz Arena de Munich, hogar del Bayern. El equipo de Heynckes presenta un arsenal ofensivo aterrador. Schwensteiger, timón en mano, es el encargado de dirigir el talento de Robben, la explosión de Ribery y la elegancia de Muler. Y arriba habita Mario Gómez, un auténtico cazagoles. Un mercenario de la red.

El equipo bávaro tiene argumentos suficientes para plantarse en esa final donde sería el anfitrión. En 1/8 de final pasó por encima de un impotente Basilea que asistió, incrédulo, a una exhibición ofensiva de los alemanes. 7 goles recibieron los suizos, incapaces de frenar semejante avalancha futbolística.
Las opciones del Bayern son muchas. Robben, el hombre que proyecta sueños desde su anatomía de cristal, tiene en su mano la llave que abre las puertas de la gloria germana.

Un mes más tarde empieza la Eurocopa. España se presenta como gran favorita, pero Alemania y Holanda están al acecho del trono continental. Será mejor no cruzarse con los holandeses. Sí, España salió vencedora aquella tarde-noche de verano, pero Robben no suele otorgar segundas oporunidades.